Tramuntana XXI, un modelo exportable (I)

Tramuntana XXI, un modelo exportable (I)
Joan Mayol
Vicepresident de Tramuntana XXI

Hay que renovar y reforzar las herramientas sociales de conservación de la naturaleza y un camino con mucho recorrido es el de crear alianzas y sinergias. Desde hace varios años funciona en Mallorca una entidad con un enfoque interesante: integrar los aspectos ambientales y los económicos, atender simultáneamente la cultura, la ecología y la sociología de una comarca. La experiencia merece ser divulgada y, tal vez, adaptada a la realidad de otras zonas y otros colectivos.

La sierra de Tramuntana, la cordillera que se extiende entre Formentor y Andratx por el noroeste de Mallorca, es uno de los parajes más apreciados por los isleños y por los turistas: paisajes wagnerianos, encinares extensos, grandes edificios tradicionales, antiguas mansiones rurales, olivares centenarios y miles de kilómetros de bancales de mampostería, que mantenían los cultivos y detienen la erosión. El capítulo del patrimonio natural incluye paisajes muy atractivos, espectaculares sistemas kársticos y las especies más renombradas, desde el gran buitre negro al diminuto ferreret o sapillo balear, además de cientos de endemismos.

Pero, al mismo tiempo, asistimos a un colapso casi  completo de la producción agrícola y ganadera, de manera que el payés, el agricultor de toda la vida, es hoy una especie críticamente amenazada. Por otro lado, hemos de contar con una proliferación de usos lamentables, desde carreras clandestinas de motos en la carretera costera, a la masificación turística en los lugares más atractivos, pasando por un abandono de la gestión forestal (más del 90% del territorio son propiedades particulares y la falta de rentabilidad impone sus reglas), una proliferación de especies invasoras (empezando por la cabra asilvestrada) y todos o casi todos los problemas característicos de nuestro siglo.

Las figuras de protección no bastan

Las administraciones públicas, sin embargo, han reaccionado ante semejante panorama. Ya en los años setenta del siglo pasado, la entonces Comisaría de Bellas Artes amparó gran parte de la cordillera con la figura de “Paisaje Pintoresco”, que evitó las agresiones más peligrosas inherentes al gran desarrollo turístico insular. De hecho, los intentos de protección ambiental se remontan a los años cuarenta, pero toparon con una resistencia numantina de ayuntamientos y propietarios. Finalmente, un consejero hábil y negociador (entonces del PP, por cierto) supo vencer tanta resistencia y consiguió declarar la sierra “Paraje Natural”, una figura propia de la legislación balear que debería haber sido más eficaz. El Consell Insular promovió su declaración como “Patrimonio de la Humanidad” de la Unesco, en su categoría de “Paisaje Cultural”.

Finalmente, los ayuntamientos adaptaron su planificación a la estricta normativa urbanística dictada por el Parlamento Balear en 1991 y una parte considerable de la sierra está declarada hoy ZEPA, LIC o ZEC de la red Natura 2000.

Pero, aun así, la sierra se degrada.

¿Y las actividades tradicionales?

Gracias a todo lo anterior, hoy tenemos más buitres que hace unas décadas. Pero, ¿qué futuro les espera si la ganadería desaparece? Las aceitunas y el aceite gozan de denominaciones de origen protegidas, pero cada año se abandonan explotaciones por falta de rentabilidad, los bancales se desmoronan y la erosión avanza. Muchas parcelas acaban en manos de propietarios foráneos cuyo único interés es darles un uso residencial o turístico, sin considerar que los bosques mediterráneos necesitan gestión conservacionista, y no digamos los terrenos agrícolas.

Hace pocas semanas, por señalar un caso reciente –pero no inédito–, una serie de tornados derribó y decapitó más de 300.000 pinos y encinas en una superficie de 700 hectáreas, entre Banyalbufar y Valldemossa. Hace un par de generaciones, hubiera sido un buen año para carboneros y leñadores. Pero hoy en día, ¿qué va a pasar con las aproximadamente 150.000 toneladas de madera derribada? ¿Es razonable abandonar toda esa biomasa a la proliferación de insectos xilófagos o la aridez estival, sin poner en riesgo la pervivencia del sistema forestal? ¿Cómo debe actuar la Administración en propiedades privadas? Se actúa ya en las zonas de mayor riesgo (bordes de carreteras y caminos), pero el reto está en la generalidad del territorio, ahora arrasado.

Veamos, como paradigma, el complejo asunto del uso público. Hace cincuenta años, los excursionistas eran bienvenidos a los predios de la zona y ningún propietario cerraba el acceso a cumbres o itinerarios peatonales. No hay más remedio que reconocer que, al multiplicarse exponencialmente este tipo de visitantes, han crecido las molestias y los impactos, y se comprende (y se lamenta) que se cierren cada vez más caminos privados y surjan conflictos de uso o de propiedad en itinerarios que unos consideran públicos y otros particulares, con casos de pleitos inacabables que llegan hasta las más altas instancias judiciales. Son pocos los que entienden que moverse con perros por el campo, cuando se mantiene la ganadería extensiva de ovino en libertad, es un atentado a la tranquilidad de ovejas y ganaderos. Aparte de que a los caminantes se unen grupos de corredores y cuadrillas de bicicletas de montaña, a cualquier hora del día o de la noche, lo que exaspera a los residentes rurales.

En busca de soluciones

¿Como resolver estos conflictos? Evidentemente, no es fácil. Si lo fuera, me quedaba yo sin tema para esta colaboración. Los candados en los predios o las prohibiciones en el Boletín Oficial no son una solución satisfactoria para los que pierden lo que subjetivamente consideran un derecho. Dejar hacer es mucho peor: el impacto es creciente y acaba por banalizar y degradar un entorno que merece el mayor de los respetos.

Un retrato general y de trazo grueso incluiría el colapso de la agricultura, el abandono forestal, un turismo de visita diaria (excursiones que dejan poca plusvalía en la zona), usos recreativos desordenados y conflictivos, y, también, gestores poco coordinados y sin empatía hacia la población local, salvo honrosas excepciones. Se han dado incluso conflictos vergonzosos con efectos ambientales, como el episodio que tuvo lugar hace unos años entre la agencia gubernamental correspondiente y un ayuntamiento para retirar los residuos de zonas con una gran afluencia de público, con la consiguiente acumulación de basura.

Se me ha ido el espacio en el diagnóstico descriptivo. Espero que la paciencia del lector le permita esperar al siguiente cuaderno de Quercus para conocer un intento de atacar el mal desde la sociedad civil, generando consensos y complicidades.

Pie de Foto

Varios tornados afectaron a más de 300.000 árboles de la sierra de Tramuntana en el pasado mes de septiembre, derribándolos o desmochándolos. En una comarca donde han desaparecido prácticamente los aprovechamientos y las empresas forestales, la restauración es imposible sin abandonar muchos miles de toneladas de ramaje, con el consiguiente incremento en el riesgo de incendios y la proliferación de insectos perforadores. Este es sólo un ejemplo de los numerosos problemas que afectan a la sierra de Tramuntana (Mallorca).

en aquests moments s’està treballant des de l’associació Tramuntana XXI, la Societat Espanyola d’Agricultura Ecològica/Agroecología (SEAE) i l’Associació de la Producció Agrària de Mallorca (APAEMA) en la creació d’una ecoregió que ja inclou diversos municipis de la Serra de Tramuntana: Banyalbufar, Bunyola, Deià, Esporles, Valldemossa, Estellencs i Puigpunyent.

Una Ecoregió és un procés que es porta a terme a una àrea geogràfica determinada, on agricultors/es, ciutadans/es, empreses del comerç i del sector turístic i de serveis, associacions i administracions públiques estableixen una estratègia de col·laboració o xarxa per a la gestió sostenible dels recursos locals, generant un sistema de governança cap a la sobirania alimentària, que adopta un model ecològic de producció i consum, per tal de millorar el potencial econòmic i sociocultural del territori.

 

Article publicat a la revista Quercus núm. 417 (novembre 2020)

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